Estamos en Santa Clara, en el mes de julio. El sol es abrasador como en toda la isla de Cuba. Se da entonces una particular batalla. El arte contra el sol. El pueblo con el arte como herramienta, como cobija, como arma. Así deberían ser todas las guerras. De luz y colores. De sueños y fuego. Los invencibles rayos del astro rey cayendo con fuerza y la plástica cubana ofreciéndole ruda resistencia. Pintores cubanos de varias generaciones sacando sus pinceles de una manera peculiar. Lo que ellos sintieron un día en lo más hondo, ahora en un parque, en una calle, en una encrucijada, en manos de todos.

Quizás las más bellas batallas son aquellas que se saben perdidas. Una insensatez linda del ser humano. Apaciguar lo inevitable. Nadie va a salvarse del calor del sol, ni de su luz, ni de su potencia. Sin embargo la lucha se da cada mañana.




















En los últimos meses cada persona que me encuentro me pregunta cómo veo el acercamiento entre Cuba y USA. Una vez llegado de Cuba, y a la luz de la apertura de ambas embajadas, la pregunta me llega con más énfasis y nuevos bríos: ¿cómo ve la gente en la isla dicho acercamiento? ¿cómo se vive? ¿cómo impacta en la vida de los cubanos? Evidentemente es un tema atrayente que genera expectativas de todo tipo. Son complicadas sus respuestas.

Un día en la calle escuché a un hombre que decía, “nosotros siempre esperando que alguien nos salve, imagínate, ahora estamos esperando por los americanos” y se reía. Da risa, sí, y quizás también ganas de llorar. Entiendo que se refería a que en Cuba, en los últimos 55 años, hemos dependido de países “amigos” para la subsistencia. Como se sabe, durante muchos años la extinta Unión Soviética colaboró de manera esencial en el mantenimiento económico de la isla. Años después del derrumbe del campo socialista, y luego de navegar con muchas penas la tremenda crisis del llamado “Período Especial”, pasamos a tener como gran aliado a Venezuela. La situación del país sudamericano, inmerso en tensiones internas y crisis diversas, hace pensar que sería sabio tener alternativas a mano.

Que el nuevo socio vital venga a ser Estados Unidos es, al menos, polémico. Cuesta asimilar la idea de que el país considerado durante las últimas cinco décadas como el principal enemigo del gobierno de La Habana, venga a ser ahora nuestro salvador. El siglo XXI parecería estar siendo demasiado dinámico. De todas maneras, no se asuste, o al menos, no tanto, es sólo una manera de verlo. Es una paradoja sembrada en medio de esta nueva realidad, pero probablemente no su centro.

Creo que no hay nadie en Cuba, ni en el gobierno, ni en la gente común, que imagine sinceramente a los Estados Unidos como un país amigo que vendrá a ayudar por simpatías y afinidades políticas o ideológicas, como quizás sí lo hicieron las naciones antes mencionadas. Como el propio gobierno ha dicho, creo que la apuesta es por una relación de conveniencia mutua y respeto. Visto así parecería ser un buen paso como cambio estratégico. Es decir, dejar de depender de países amigos que nos ayudan, para fundar un progreso basado en la propia nación cubana como motor. Esto con colaboración de otros, claro, pero solo en tanto estamos todos relacionados en este mundo. Mejor aun será tener un universo variado de eventuales socios estratégicos, en lugar de tener un único sostén. En éste sentido parecería haber dado ya algunos pasos el gobierno de Raúl al haber ampliado lazos comerciales con China, Rusia, Brasil y otros. En particular a través de la mega obra del puerto del Mariel y alrededores.


Volviendo al tema USA, cuando me preguntan sobre cómo lo vive la gente en Cuba, me doy cuenta, una vez más, de que ciertos acontecimientos parecen más dramáticos desde afuera. Grandes titulares en periódicos de alto impacto mediático, reiteradas notas en noticieros, dossiers, programas especiales y demás, hacen pensar que ciertos temas paralizan al país y está todo el mundo sólo pensando en ello. No es así, la gente está trabajando, comprando el pan, averiguando dónde sacaron huevos, viendo qué inventa para seguir adelante. Y entre todas estas cosas, también piensa en lo de las nuevas relaciones con Estados Unidos, pero no al revés.

No obstante sentí que es un tema perturbador, como casi no podía ser de otra manera. Gravita de alguna forma sobre casi cualquier conversación seria, máxime si de alguna forma del futuro se trata. En particular se palpita la idea de que, si cambiaran las leyes del bloqueo, podrían llegar decenas de miles de turistas gringos en un abrir y cerrar de ojos.

Por supuesto el humor no ha pasado por alto el cambio de circunstancias. Mi tocayo doble, Luis Daniel Silva, a través de su popularísimo personaje de Pánfilo bromeaba en su programa de los lunes en la televisión cubana con que antes se llevaba muy mal con los vecinos de enfrente, a diferencia de ahora que son muy amigos. Virulo, por su parte, está presentando su espectáculo “Cuba sí, yanquis ¿qué?”. El cambio de discurso que requiere la nueva etapa es difícil de digerir en dos días. El humor siempre ayuda.  


Ver la bandera de las barras y las estrellas izarse en La Habana hace algunas semanas, a mí en lo personal, y hablando con el corazón, no me dio ninguna alegría. Los desmanes que han ideado, desarrollado y llevado adelante los gobiernos norteamericanos no se me pueden olvidar de un plumazo. En Latinoamérica no han ido a ningún país con intenciones de ayudar realmente a su pueblo, más bien han hecho lo opuesto en casi todos los casos. No tendría por qué ser distinto en Cuba.

El punto es que concretamente ese enorme país existe, está a noventa millas de Cuba, e intentar ocultarlo con un dedo no es un camino. Quiero decir, objetivamente parecería que lo más sensato es tener relaciones diplomáticas, como las tiene cualquier otro país. Esto sumado a la insoslayable realidad de que miles de familias cubanas radican en ese país. Dinamizar las relaciones de las familias separadas en las dos orillas, cooperar con una reconciliación comenzada ya hace años, es una arista afortunada del asunto.

Si realmente llega una avalancha de turistas del norte y el dinero que dejen se recauda, redistribuye y repercute en mejoras económicas para la mayoría de los cubanos. Si el gobierno cubano (el actual y los que vengan) logra mantener a raya la injerencia en asuntos internos. Si el país consigue mantener su rumbo propio y edificar una realidad culturalmente rica, y eso se consigue asociado a esa tan ansiada y postergada prosperidad, la jugada habrá sido un éxito.

Si se instalan y arraigan “valores” norteamericanos como la veneración de la comida rápida, el consumismo indetenible, el individualismo, la competitividad por encima de cualquier cosa y paradigmas lamentables como ese de dividir al mundo entre winners y loosers, estaremos jodidos. Pero como decía antes, continuar aislados no es un camino viable para evitar esos males u otros peores. Así que no queda otro que correr el riesgo. Como dice Martinez Heredia en un artículo reciente sobre el tema, pronto estaremos en medio de una gran pelea de símbolos. Y varias peleas más, agrego yo.


Cuando era niño siempre estaba presente la idea de que podían llegar los americanos. Una invasión del gran enemigo era una posibilidad para la que supuestamente nos preparábamos sin cesar. En muchas ocasiones incluso se bromeaba con el tema, si sonaba una explosión, de un tubo de escape, por ejemplo, alguien decía: “llegaron los americanos”. Según el discurso oficial nuestro pueblo aguerrido estaba listo para repeler un ataque de la potencia vecina. Resistiríamos gracias a nuestros ideales. Por suerte no hicieron la prueba. Muchos años después parece que llegan los americanos de una forma muy distinta. Veremos qué pasa.

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